sábado, 2 de enero de 2016

¿Y si Kika hubiera hecho los deberes?




Hace unos días, mi hija me pidió que pusiera una de sus películas favoritas, “Kika Superbruja y el libro de hechizos”. Ya la he visto unas cuantas veces, así que no le estaba prestando excesiva atención, cuando de repente, una escena me dio el punto de inicio para escribir este artículo sobre porqué un nutrido grupo de madres, padres y profesionales estamos pidiendo que dejen de sobrecargar el tiempo libre de nuestros hijos y de las familias con deberes.
Kika, según vemos al principio de la película, es designada por Elviruja como su sucesora en el cargo de Superbruja, pero para lograr conseguir este objetivo, tiene que vencer, con la ayuda de un dragón y un libro de hechizos, una serie de obstáculos (entre ellos, evitar que el malvado y dictatorial brujo Gerónimo se haga con el valioso libro mágico).
En la escena que os comento, vemos cómo Kika, entusiasmada, está leyendo de cabo a rabo el libro que le ha cedido la amable y sabia bruja Elviruja. Kika está enfrascada, apasionada, estudiando el libro mágico, cuando la madre entra en la habitación interrumpe su concentración y al final de la escena le pregunta “¿has hecho ya los deberes?”. Evidentemente, lo último que quería (y debía) hacer en aquellos momentos Kika era ponerse a hacer los deberes. Kika deseaba seguir leyendo el libro de hechizos, descubrir sus enigmas, descifrar todos los misterios que aquel antiguo libro tenía preparados para ella.
Como comprenderéis, Kika no le hizo caso a su madre. En vez de hacer los deberes, siguió ensayando feliz los hechizos del libro, leyendo fórmulas complejas y disfrutando de su nueva pasión.
Pero ¿qué habría pasado si Kika hubiera dejado de lado sus dones y talentos como Superbruja para ponerse a hacer los deberes?
-Habría cambiado una actividad que la entusiasmaba y con la que estaba realmente aprendiendo por ejercicios monótonos que no la iban a beneficiar en nada. La neurociencia nos dice que lo aburrido, lo monótono, lo tedioso, no es grabado de forma eficaz por el cerebro. Sin embargo, que la pasión, el entusiasmo, forman parte fundamental del aprendizaje eficaz.
-Habría dejado de absorber nuevos conocimientos como leer un legajo, aprender latín, descifrar complejos hechizos, planificar, observar, concentrarse, montar en bicicleta, cuidar caballos, jugar con un grupo de amigos.
-Habría dejado de enfrentarse a nuevas circunstancias, hacerse cargo de una situación comprometida, vencer el miedo a lo desconocido, luchar contra la injusticia, oponerse a una persona cruel y dictatorial, reconocer el Amor que siente por su madre, por su hermano, comprender el valor de la amistad, de la libertad, la importancia de pensar por sí misma.
-Habría dejado de tomar la iniciativa en su aprendizaje.
-Habría dejado de aprender que cooperando se superan mejor los obstáculos, que a medida que vamos madurando tenemos que asumir nuevos retos y responsabilidades.
-Habría dejado de elaborar una imagen de ella misma positiva, sana y realista, en la que conoce sus debilidades, pero también sus enormes fortalezas, su gran valía.
-Habría dejado de elaborar una autoconciencia equilibrada y fuente de una alta autoestima.
-Habría dejado de concienciarse sobre que la igualdad de géneros es algo real, que las niñas también son fuertes, valientes, heroicas y no necesitan ser princesas o depender de un chico para vivir, para desarrollarse como persona de pleno derecho.
De haberse puesto a hacer los deberes, Kika habría dejado de aprender esto y mucho más. Además, el malvado brujo Gerónimo habría logrado su propósito de lograr dominar el mundo a través de la alienación, el dominio, la sumisión a sus ideas, normas y reglas que pasarían a ser las únicas admitidas en su distópica sociedad.
La escena de Kika nos proporciona una magnífica parábola de lo que significan los deberes en el aprendizaje de nuestros hijos. Los deberes, no sólo no ayudan a fijar y crear nuevos conocimientos, sino que constituyen un freno para los niños. Se aprende entusiasmado, apasionado, feliz, no angustiado, estresado, agotados por la extensa jornada laboral.
El paradigma de los deberes como fuente de conocimiento y aprendizaje debe ser ya superado. Los deberes suponen la muestra fehaciente del fracaso y los males del sistema educativo actual basado en la monotonía, la repetición, el aburrimiento, la desgana.
Dejemos tiempo libre a los niños. Dejemos que los niños elijan sus actividades, que desarrollen y disfruten sus dones y talentos. Dejemos que el aprendizaje se base en el entusiasmo, en la pasión, en la alegría. Aboguemos por un sistema educativo que recoja las verdaderas necesidades intelectuales y emocionales de nuestros hijos. Aboguemos por un sistema educativo que nutra a maestros y profesores de las herramientas necesarias para acompañar a los niños del siglo XXI en su crecimiento, en su desarrollo intelectual y emocional. Aboguemos por un sistema educativo que le dé alas y conocimientos a nuestros hijos, no que les frene y les coarte.
Texto: Elena Mayorga
Publicado en Mente Libre

Dando voz a los niños

20 dic. 2015

    
"Educar es extraer del otro, dejar salir y florecer y no el hecho de querer introducir conocimientos académicos en el otro. Los niños ya son un todo y lo ideal sería permitir que ese todo se manifieste. Ellos ya vienen conectados con su esencia. Somos los adultos y el entorno quienes les desconectamos de su verdadero ser. 

Salirse de sí mismos es un gran esfuerzo para el alma infantil. Ya que el niño debe reprimir aquello que es genuino: sus intereses, pasiones, ritmos e incluso su necesidad motriz.


Las emociones también son muy importantes a la hora de poder aprender. Las emociones afectan a toda la vivencia infantil. Desde el juego, la alimentación, las relaciones con iguales y posteriormente al aprendizaje formal. Las emociones pueden generar la guerra o la paz. Para que un niño pueda aprender libremente necesita sentir que sus necesidades son respetadas, satisfechas en la medida de lo posible y escuchadas por los adultos referentes. Un niño respetado, feliz y seguro de sí mismo aprende más y mejor.



La enseñanza formal tradicional hace que el niño tenga que reprimir gran parte de sus ritmos internos, su curiosidad, creatividad, motivación, intereses… ya que debe adaptarse al grupo o al profesor. Esta despersonalización, debido a tener que hacer todos lo mismo al mismo momento, del mismo modo y al mismo ritmo, nos aleja totalmente de nuestro verdadero ser, de nuestros verdaderos intereses, deseos, ilusiones, pasiones y talentos. 

Llegamos a la adolescencia totalmente desconectados y sin saber quiénes somos, de dónde venimos y mucho menos a dónde queremos y deseamos ir. Esto es un verdadero desastre ecológico para la humanidad. 

El aprendizaje dirigido y forzado no favorece el verdadero propósito que cada niño lleva dentro de sí. Los unifica y los separa y desconecta de quienes realmente han venido a ser. Los centros de enseñanza convencionales están organizados para el día a día de los adultos no del niño. No favorece el despliegue de la creatividad más bien la reprime. 

Los centros culpan a los padres y los padres se quejan de los centros. Y los niños son los rehenes. Nadie mira al niño ni a sus verdaderas necesidades. Hay que buscar soluciones a favor del desarrollo de los niños y no en su contra. 


Lo más importante no es si los niños van a una escuela convencional, alternativa o libre. O si son educados en casa académicamente o autónomamente respetando sus ritmos e intereses. No hay una mejor manera. Cada niño tiene necesidades diferentes. Lo importante es que cada niño pueda conectar con quien es y desplegar ese ser que ha venido a ser".  



Hay mucho miedo a permitir que las personas seamos nosotras mismas.


Fragmento del artículo “Dando voz a los niños” por Yvonne Laborda. Cofundadora de La tribu de madres conscientes. Espacio virtual de crecimiento personal y de apoyo emocional. Puedes leer el artículo completo aquí. ¡Muy recomendable!  
 Publicado en Mooi

lunes, 14 de diciembre de 2015

Por la racionalización de los deberes en el sistema educativo español

Hace unos meses Eva Bailen inició una campaña en Change para terminar con el abuso de los deberes que tienen nuestros niños. Aún estás a tiempo de firmar.



La carga de deberes de cada niño o niña en edad escolar depende fundamentalmente del profesor que le corresponda. Esto sucede incluso en el seno de un mismo centro educativo, lo que en caso de que haya varios hermanos matriculados en este puede poner de manifiesto enormes e incomprensible diferencias en las tareas que han de acometer. Cuando esto ocurre, el niño que se ve en esa situación no comprende por qué él o ella no puede jugar, descansar o estar con sus padres, mientras sus hermanos y/o hermanas sí.
Un exceso de deberes supone una gran frustración para un niño que quiere concluir el trabajo asignado y ve cómo éste le sobrepasa y el cansancio no le permite seguir estudiando. El rendimiento de los niños empeora si a la jornada escolar se añade un exceso de tiempo para los deberes.
Un niño que dedica un tiempo excesivo a las tareas escolares (según la OCDE la media española es de 6,5 horas semanales en la ESO, pero hay niños que ya en primaria superan esa media)  puede llegar a presentar síntomas de ansiedad y necesitar asistencia psicológica.
No existe justificación para que un niño dedique tantas horas de su tiempo tras la jornada escolar a realizar tareas muchas veces mecánicamente y que difícilmente fomentan competencias como alguna de las recogidas en el Real Decreto 126/2014, de 28 de febrero, por el que se establece el currículo básico de la Educación Primaria:
4ª Competencia. Aprender a aprender. Haciendo tareas repetitivas a diario el estudiante no aprende a aprender, aprende en todo caso a mecanizar sus tareas.
5ª Competencia. Competencias sociales y cívicas. El tiempo de convivencia familiar, con otros niños en el parque o en otros espacios abiertos se reduce: Los niños pasan tardes y tardes encerrados en su habitación. No pueden desarrollar competencias sociales estando aislados.
6ª Competencia. Sentido de iniciativa y espíritu emprendedor. Los deberes pautados, repetitivos y abusivos no fomentan el espíritu emprendedor y la iniciativa. La iniciativa surge desde dentro de cada niño o niña, por el propio descubrimiento personal, y para eso es necesario tiempo libre e incluso tiempo de aburrimiento.
Finalizar el temario de los libros de texto y los ejercicios propuestos en ellos no deberían ser el principal objetivo académico, puesto que el número de horas lectivas para cumplirlos puede llegar a ser superior a las de que se dispone en un curso escolar. Al no haber tiempo lectivo para ello, las tareas se realizan en el hogar en perjuicio de los niños. Lo realmente importante debería ser enseñar mientras se respeta el ritmo de los niños, sus necesidades de juego y de descanso y su bienestar emocional.
Los deberes abusivos provocan conflictos en las familias, que ven en la conciliación de la vida laboral y familiar una utopía. Las largas jornadas laborales se ven todavía más perjudicadas por las tareas escolares abusivas, los padres no pueden compartir su tiempo con sus hijos o lo comparten para ejercer de docentes.
Los niños españoles no pueden seguir cargados de deberes. No resulta admisible que los niños españoles dediquen a la semana tres horas más a los deberes que los niños finlandeses cuyos resultados académicos, de acuerdo con los informes PISA, son de los mejores del mundo. Los deberes repetitivos y abusivos no mejoran el rendimiento escolar y sí afectan negativamente a la felicidad de los niños y a la calidad de vida de las familias.
Pedimos que se racionalicen los deberes de los alumnos españoles, con el establecimiento de unas pautas para que las tareas se desarrollen en un tiempo razonable y que estén acordes con la edad del estudiante. Pedimos que se eliminen cuanto antes los deberes abusivos.
Los deberes deberían estar consensuados entre los diferentes profesores de un mismo centro y estos deberían ser conocedores del tiempo que implica cada tarea y del conjunto de deberes que los estudiantes tienen cada día para que no resulten excesivos en su conjunto.
Expertos en educación coinciden en la necesidad de reducir las tareas escolares que realizan los niños españoles:
Además, hay numerosos ejemplos en prensa sobre la necesidad de unas tareas escolares justas:
La racionalización de los deberes es sólo un cambio más entre los muchos que necesita el sistema educativo español.

martes, 1 de diciembre de 2015

LOS MALOS ALUMNOS NO EXISTEN; LAS MALAS ESCUELAS, SÍ

400 GOLPES 14


Por Rafael Narbona

Siempre he sentido predilección por los “malos alumnos”. Algunos eran mucho más creativos e inteligentes que sus compañeros, con notas más brillantes y actitudes más previsibles. Conservo un recuerdo particularmente afectuoso de Damián. Era un chico delgado, más bien bajito, con el pelo rizado y un corrector dental. Se pasaba las clases escribiendo cuentos, que ilustraba con unos dibujos originales y creativos. No le preocupaba suspender. Era educado y respetuoso, pero se aburría y prefería dar rienda suelta a su imaginación. Sus relatos reflejaban sus lecturas: Poe, Tolkien, Lovecraft. Hablar con él resultaba agradable, pues era apasionado, reflexivo y soñador. Vivía en un mundo diferente al de los demás. Sus compañeros le consideraban un bicho raro y le hacían el vacío. Suspendía cinco o seis materias cada trimestre, pero aprobaba las recuperaciones y, a duras penas, pasaba de curso. Los profesores lamentaban su escasa motivación. Le consideraban un vago y un irresponsable. Por supuesto, ninguno se planteaba que el problema no era Damián, sino el sistema educativo, cuyo objetivo real no es enseñar, sino vigilar, clasificar y castigar. Pienso que los alumnos como Damián inspiran miedo, pues rompen o cuestionan el discurso de la enseñanza tradicional. Son chicos con inquietudes, con un temperamento artístico y una curiosidad inagotable. No se adaptan a la rutina de escuchar pasivamente, memorizar y aprobar mediante exámenes que sólo miden el grado de adaptación al sistema. Muchos escritores han sido pésimos estudiantes. En Memorias de un loco, Gustave Flaubert escribe: “Llevado a un colegio desde la edad de diez años, pronto fui ofendido en todas mis inclinaciones: en clase, por mis ideas; en el recreo, por mi tendencia a una recelosa soledad. Viví solo y aburrido, atormentado por mis maestros y escarnecido por mis compañeros. Tenía un carácter mordaz e independiente y mi cínica ironía no perdonaba ni los caprichos de uno solo ni el despotismo de todos”.
Tal vez Flaubert emplea un tono excesivamente airado, que refleja resentimiento, pero nos es fácil mostrarse templado cuando has sufrido el autoritarismo de los profesores y la incomprensión de tus compañeros. Muchas veces, Damián y yo hablábamos en el patio, sin disimular nuestro entusiasmo por Los crímenes de la calle Morgue o Los mitos de Cthulhu. Creo que me sentía identificado con él. Yo fui un estudiante de características similares, pero en un colegio de los Sagrados Corazones, donde al tedio de las clases magistrales se sumaban los castigos físicos y las vejaciones. Yo era profundamente desdichado en la escuela, pero entonces se consideraba que la felicidad no era un objetivo pedagógico. Los que hoy hablan de “cultura del esfuerzo” reproducen la visión pedagógica de mis curas. Ya no se dice que “la letra con sangre entra”, pero se presupone que el estudio se basa en la abnegación, el sacrificio y la disciplina. ¿Cuándo ha sido divertido estudiar gramática o aprender la física de Newton? Fui tan mal alumno como Damián, pero aprobé las oposiciones de profesor de filosofía de la Comunidad de Madrid con el número uno. ¿Sacrificio, esfuerzo, abnegación? No. Infinitas horas de lectura que me enseñaron a amar las distintas formas de conocimiento. Con dieciséis años, leí Crimen y Castigo, de Dostoievski. Me fascinó la historia, a medio camino entre la novela policíaca y el ensayo filosófico. De inmediato, quise saber más, conocer la filosofía nietzscheana del superhombre, coartada teórica de Raskólnikov para hundirle un hacha en la cabeza a una usurera. No me resultaba menos atractiva la figura del autor, confinado en Siberia y sometido a un simulacro de fusilamiento por conspirar contra el zar Nicolás I. Seguí tirando del hilo y acabé leyendo sobre el nihilismo, las utopías, las revoluciones, el pacifismo, las crisis de fe y la historia de Rusia. Incluso investigué un poco sobre la epilepsia y la ludopatía, dos graves patologías que complicaron la vida de Dostoievski, causándole infinidad de disgustos. Sin darme cuenta, había demolido las asignaturas convencionales, estableciendo un diálogo interdisciplinar entre el todo y las partes. Ese fue mi punto de partida para una “segunda navegación”, que me ha permitido mantener despierto mi afán de aprender hasta hoy. Por supuesto que es divertido aprender, pero hace falta una motivación que encienda el deseo de saber más.
Durante dos décadas he trabajado como profesor de filosofía en institutos de enseñanza pública de la Comunidad de Madrid. Nunca he creído en las clases magistrales, los libros de texto y los exámenes. De hecho, son los tres pilares de una filosofía autoritaria y profundamente antipedagógica. Durante mucho tiempo, la escuela ha desempeñado un papel semejante al de los manicomios y las cárceles. Su función era adocenar, reprimir, normalizar. O dicho de otro modo: imponer un modelo de sociedad basado en la desigualdad y el principio de autoridad. Este propósito era evidente en las escuelas decimonónicas, donde los pupitres copiaban la organización del trabajo en las fábricas, con sus oficiales supervisando la producción en cadena. En Alemania, se llamaba a los profesores “apaleadores”, pues se consideraba que su atributo distintivo no era un libro, sino una vara dura y flexible. La tarima, que aún existe en muchas aulas, dejaba muy clara la asimetría entre el maestro y los alumnos. Mientras estudiaba filosofía en la universidad, conocí las ideas de Rousseau sobre la educación, la pedagogía libertaria de Tólstoi y Ferrer Guardia, el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, el método Montessori, la Educación en el Hogar teorizada por John Holt, la antipedagogía de Alice Miller, el carácter asambleario y horizontal de la Escuela de Summerhill. Por supuesto, no adquirí esos conocimientos en las aulas universitarias, sino en los libros. Sólo dos o tres profesores se apartaban de la enseñanza tradicional, evaluando por trabajos y proyectos. En los años noventa, empecé a dar clases en institutos de la periferia de Madrid. En esa época, se intentaba implantar la LOGSE, con la oposición de la mayoría de los docentes, que no aceptaban la idea de ser educadores y reivindicaban su condición de especialistas de una materia. Por primera vez, se hablaba de integración, materias transversales, diversificación y adaptaciones curriculares. Sin una financiación adecuada, la reforma fracasó y no tardó en aparecer la contrarreforma, con sus controles de calidad y sus criterios excluyentes.
Aunque se afirme retóricamente que el sentido de la escuela es formar hombres y mujeres libres, con las herramientas necesarias para desarrollar su potencial humano e intelectual, la realidad es que la enseñanza tradicional mata la curiosidad y la creatividad, suprimiendo la diversidad entre los alumnos y fomentando su uniformidad, de acuerdo con un patrón cultural apolillado y que ni siquiera se corresponde con las necesidades del siglo XXI, donde el saber no es un adorno social, sino una fuente de riqueza y prosperidad. La escuela decimonónica es un atavismo inútil en una sociedad cuya economía ya no descansa sobre las grandes fábricas, sino en la capacidad de innovación y en la flexibilidad para adaptarse a los cambios. El profesor no puede estar maniatado por programaciones oficiales y criterios fijos de evaluación, pues cada clase es un grupo con una personalidad propia. Nunca olvidaré la experiencia de un compañero de instituto, un profesor de dibujo que se enfrentó a un grupo de 1º de ESO con una motivación inexistente y escasa autoestima. Eran chicos y chicas de doce años con un bajísimo rendimiento y una sensación generalizada de fracaso personal. Casi todos habían pasado por Primaria cosechando calificaciones mediocres. Desanimado, mi compañero me contaba que no atendían, que le entregaban los ejercicios en blanco, que respondían con desgana a sus preguntas. De acuerdo con el programa, les enseñaba los trazados geométricos básicos, los polígonos, la simetría, el color, el espacio, la luz, la forma humana. “Lo más desesperante”, me confesó, “es que dibujan garabatos mientras explico”. Después de un primer trimestre catastrófico, cambió de estrategia. Se olvidó de los apuntes y el libro de texto, encargándoles que dibujaran un cómic. No sería un trabajo individual, sino por grupos y supervisaría sus avances y dudas, ayudándoles a terminar el proyecto. Al principio, los alumnos se desconcertaron, pero enseguida cambiaron de actitud, entusiasmándose con la idea. En menos de dos semanas, la desidia se convirtió en frenética actividad. Se elaboraron guiones y se distribuyeron las viñetas. Casi todas las historias se ambientaron en zonas urbanas. Otros escogieron escenarios fantásticos, como fortalezas, castillos o aldeas medievales. Eso les obligó a realizar trazados geométricos, cuidar la simetría, dibujar polígonos, distribuir el espacio, manejar la luz, emplear el color y dibujar la figura humana desde distintos ángulos y perspectivas. El resultado fue increíble. Mi compañero me enseñó los cómics, donde se notaba su talento para inspirar, coordinar y motivar. Todos los grupos se habían esmerado, sin descuidar ningún detalle. Pude comprobarlo, pues hice varias guardias en el aula y aprecié el cambio, que tampoco pasó desapercibido para el resto de los profesores. Incluso se produjeron progresos en otras asignaturas, pues los alumnos habían mejorado su autoestima y confiaban más en sus posibilidades para afrontar cualquier reto. Le sugerí a mi compañero que presentara su experiencia a algún certamen educativo, pero me dijo que no quería problemas, pues había actuado a su aire, sin consultar con la inspección y no quería exponerse a una sanción.
Se considera que Emilio, o de la educación, publicado por Jean-Jacques Rousseau en 1762, es el primer tratado sobre filosofía de la educación en la cultura occidental. Quemado en París y Ginebra, inspiró el nuevo sistema educativo propuesto por la Revolución francesa. Rousseau señaló que la curiosidad es un impulso natural del niño y que el aprendizaje es tan inevitable como la respiración. El conocimiento se adquiere mediante el juego, el contacto físico, la especulación sin trabas. Si el niño se limita a escuchar a un adulto, perderá su capacidad innata de razonar. Y de disfrutar. Como libro de referencia, Rousseau no recomienda un tratado filosófico, sino el Robinson Crusoe, de Daniel Defoe. Las autoridades educativos no le ha hecho mucho caso a Rousseau, pero su influencia nunca se ha extinguido. A principios del siglo XX, María Montessori afirma que “el niño, con su enorme potencial físico e intelectual, es un milagro frente a nosotros”. Los niños son esponjas con una capacidad de absorción infinita. Su inconsciente asimila las lecciones del entorno. El profesor debe estar a su servicio, creando espacios luminosos y acogedores, que propicien el encuentro con el lenguaje, la música, las matemáticas, las plantas y el arte. En los años 60, John Holt cuestiona la escolarización forzosa, afirmando que afecta negativamente al aprendizaje, pues en un ambiente de competitividad y ansiedad por las notas muchos niños se retraen, temiendo ser castigados y humillados. Holt se hace eco de la pedagogía anarquista de Lev Tolstói, que creó una escuela libre, popular y abierta en Yásnia Poliana, una propiedad situada al suroeste de Tula, Rusia. Tolstói rechaza los exámenes, la asistencia obligatoria y cualquier idea preconcebida, pues el papel del profesor no es imponer, sino adaptarse al alumno, avivando su curiosidad por las artes y las ciencias. La Escuela de Summerhill, fundada en 1923 por Alexander Sutherland Neill en el sur de Inglaterra, sigue las mismas pautas, combatiendo la represión sexual que inhibe en el niño una relación espontánea y natural con su propio cuerpo y el de los demás.
En nuestro país, cada vez hay más escuelas libres y algunos centros educativos oficiales han relajado su metodología, permitiendo ciertas innovaciones. No soy optimista, pues la escuela es el reflejo de la sociedad y nuestra sociedad es competitiva, insolidaria e individualista. Sin embargo, algo se mueve. Muchos padres quieren una educación diferente para sus hijos y se rebelan contra las evaluaciones externas, que sólo miden el cumplimiento de los objetivos establecidos por las programaciones oficiales. Los “malos alumnos” como Damián encarnan la rebeldía del ser humano, que opone su creatividad a la productividad, el ingenio a la repetición, la evocación a la memorización, el sentido lúdico a la rutina. Sin “malos alumnos”, el mundo se parecería a Un mundo feliz, 1984 o Farenheit 451. Quizás el primer paso para conjurar ese riesgo sea reconocer que no hay “malos alumnos”, sino malas escuelas.
Publicado en Mente Sana, nº 118, octubre 2015. pp. 66-69

sábado, 28 de noviembre de 2015

Finlandia es el país con mejor educación

Fuente: Buena Vibra


Finlandia siempre se ha destacado por ser uno de los países que cuenta con la mejor educación del mundo. Su sistema siempre lo ubica entre los primeros 5 puestos del Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes. ¿Qué es lo que hacen para diferenciarse del resto de los países? Todo comienza en el jardín de infantes, basado casi exclusivamente en jugar. Y, aunque parezca curioso, no aprenden a leer hasta los 7 años y les enseñan a teclear antes que escribir.
Los niños no se dan cuenta de que están aprendiendo porque están muy concentrados en las actividades que desarrollan, que son básicamente jugar
Los pequeños se dedican a vender comida de mentira, crear obras artísticas, hacer construcciones de arena, entre otras cosas. Y gracias a estas actividades, sin advertirlo, aprenden sin querer matemáticas, geometría, lenguaje y aptitudes de interacción social.


jardin


“Es muy raro que veas a un niño de infantes sentado en sillas o realizando ejercicios escritos. Y todo esto lo hacen bajo un sólo principio: todas aquellas cosas que aprendes sin diversión se te olvidan rápido”, explicó Tim Walker, prestigioso docente.
Lo más probable es que si le preguntas a cualquier finlandés sobre su educación infantil, esa persona recordará todo lo que hizo y aprendió en su época escolar temprana.


jardin


¿Cuáles son las claves de su educación? En Finlandia la educación es obligatoria sólo a partir de los 7 años; para ser maestro se necesita una calificación altísima en sus promedios de bachillerato y se requiere además una gran dosis de sensibilidad social; no hay horarios diarios, sino semanales. Cada día de la semana está centrado en una actividad principal.
para ser maestro se necesita una calificación altísima en sus promedios de bachillerato y se requiere además una gran dosis de sensibilidad social
Los niños tienen la oportunidad de hacer lo que quieran con los juguetes disponibles en un momento dado y también tienen bloques donde los educadores los guían.


OostCampus-kinder


Todo esto hace que la alfabetización de los niños se logre de manera natural. Los profesores no los obligan a leer sílaba tras sílaba. De hecho, los niños comienzan devorando los dibujos y, luego, con su propia curiosidad, aprenden a leer

lunes, 23 de noviembre de 2015

¿Qué necesitan aprender los niños en las escuelas?

De nuevo Kireei es mi fuente de inspiración para la escuela que yo deseo para mis niños:



lunes, 26 de octubre de 2015

La escuela que quiero para mis hijos

Kireei sigue siendo una de mis fuentes de inspiración esta vez de la mano de Cristina Camarena con este magnífico post sobre la escuela que quiero para mis hijos:




1. LA RAÍZ
Una escuela donde el niño no quede encorsetado en ritmos, tiempos y maneras de hacer que son ajenos a su esencia y su manera de hacer. Esto quiere decir que cada niño es único y aprende y crece “a su ritmo”. Esto conlleva no distribuir a los niños por edades en clases cerradas. No darles a todos lo mismo. No tener horarios rígidos donde cambiamos de asignatura y de lección a todos al mismo tiempo, como si todos estuvieran cortados por el mismo patrón. No enseñar a todos los niños igual. Que sean ellos quienes nos muestren cómo aprenden mejor, no nosotros los que metemos a todos con calzador en el mismo estilo de aprendizaje. Necesitamos un cambio de mentalidad de raíz, uno similar al de la crianza, en el que la escuela y la crianza se adaptan a las necesidades de los niños, y no al revés como ocurre ahora en el que los niños se adaptan a las necesidades del mundo adulto tal y como lo conocemos.
2. LAS AULAS
Hablando de clases cerradas. Abramos las clases y dejemos que los niños se muevan. ¿Quien no ha estado en una reunión de padres en la escuela sentado una única hora en las sillas y ha acabado molido? Imaginad lo mismo pero 6 horas seguidas. Que sean más jóvenes y flexibles que nosotros no quiere decir que sea saludable. Los niños nos muestran sus ritmos sin que nosotros tengamos que decidir cuales son los mejores para ellos. A ratos se sientan para recogerse y hacer cosas tranquilas, y al rato se levantan para otras fases de expansión, más movidas, y activas. ¿Qué ganamos no respetando sus necesidades de movimiento? Esto no es ninguna utopía, ya existen escuelas en todo el mundo cuya concepción es totalmente abierta, donde los niños van moviéndose hacia las cosas que necesitan hacer en cada momento.
3. EL APRENDIZAJE
¿Para qué es la escuela? ¿Qué necesitan aprender los niños? ¿Cómo deberían aprenderlo? ¿Qué cosas no atendemos y deberíamos atender? La respuestas a estas preguntas no pueden ser la clásicas que hemos dado toda la vida. “Siempre se ha hecho así” no puede ser la respuesta. Hace falta una nueva concepción de la educación más integral, que atienda no solo los aspectos cognitivos, es decir, los contenidos o materias, sino también los aspectos emocionales, la convivencia, la colaboración, la belleza. Y que atienda todos estos aspectos individualmente, como decía al principio. Dejemos que los niños tracen las hojas de ruta de su propio aprendizaje, que lo construyan desde dentro hacia afuera y no al revés.
4. LOS MAESTROS.
Enlazando con lo anterior, el maestro no ha de ser el constructor del aprendizaje, desde fuera hacia dentro, como si el niño estuviera vacío y tuviera que ser llenado. El maestro ha de ser un acompañante, que prepare el ambiente educativo con recursos, para despertar curiosidades y ofrecer posibilidades, para inspirar. El maestro no necesita hacer nada más que estar disponible en todo momento para acompañar el aprendizaje que el propio alumno va construyendo y que el maestro ha posibilitado. Esto es lo que lleva a niños autónomos, responsables de sus propias cosas, esto es lo que no mata la motivación intrínseca de los niños. Y esto lleva también a los maestros a no quemarse con las rutinas diarias de dar lecciones magistrales a grupos cerrados, una tras otra, de manera mecánica a lo largo del día, esperando que acabe una para empezar otra, y así ir acabando la jornada laboral. El maestro ha de trabajar en un continuum educativo.
5. LOS PADRES.
La escuela no puede y no debe actuar en solitario. Ha de haber una colaboración estrecha entre todos los protagonistas del proceso de aprendizaje, y ahí también estamos los padres. Conozco muchos maestros que cambiarían su manera de dar las clases, con menos rigidez, menos seguir los libros de principio a fin y menos deberes sinsentido para casa pero no lo hacen porque lo que se demanda desde las familias es precisamente esto. Hace falta confiar en que no es necesario seguir con ese tipo de educación basada en la memorización, en el machaque en los conceptos, en baterías de ejercicios. Y pasar a una metodología más abierta, menos encajonada en libros, asignaturas, deberes, exámenes.
6. LOS VALORES
Llevamos mucho tiempo con la famosa enseñanza en valores. No digo que no sean importantes pero los valores no se enseñan como si fuesen una asignatura. Es más, cuando llegas a una tutoría y dices: “hoy vamos a hablar de solidaridad” la respuesta suele ser tibia por no decir inexistente. Los valores se viven, es la única manera de integrarlos. Una escuela en valores ha de ser una escuela que los viva. Democrática de verdad, solidaria de verdad, empática, empancipadora, igualitaria, cooperativa, abierta al entorno ciudadano. Los valores se aprenden viviéndolos, con el ejemplo.
7. LA ADMINISTRACIÓN.
Este post pretende ser muy sintético, porque no tiene sentido que sea kilométrico, ya hablaremos de mucho más en futuros posts. Hay muchas cosas desde la administración a cambiar. Las principales, en mi opinión, la mentalidad, para cambiar cosas de raíz como decía en el primer punto, la formación del profesorado, para hacer todo esto posible y el apoyo a las familias para conciliar y poder acompañar, sobre todo las familias que más lo necesitan. Por supuesto, las clásicas demandas: disminución de ratios, más recursos, etc.
8. LOS NIÑOS
Los niños han de estar siempre en el centro de todas las decisiones y todas las actuaciones. El bienestar del niño ha de estar por encima de todo lo demás, sobre todo por encima de lo académico. Cuando un niño sufra en una escuela todo ha de parar y no seguir hasta que se resuelva el asunto. Un buen clima en el aula o en la escuela es absolutamente necesario para el aprendizaje. Las normas de convivencia no pueden ser rígidas al principio de curso y poco a poco ir relajándose. Las normas de convivencia han de ser los límites para asegurar el bienestar de todos, y aunque sea un único niño el que sufra se ha de evitar. La obsesión por los resultados académicos no nos pueden cegar y dejar de atender el bienestar emocional de los niños.
La motivación individual de cada niño también ha de ser sagrada, esa es su hoja de ruta. Escuchar y empatizar han de ser prioritarios, sin la escucha y la empatía corremos el peligro de que pronto dejen de lado su hoja de ruta y se amolden en algunos casos, y se rebelen en otros.  En las escuelas no necesitamos tanta atención a la metodología, a la didáctica, tanto informes, reuniones, programas de repesca de dropouts, memorias, evaluaciones, normativas, etc, lo que necesitamos sobre todo es centrarnos en los niños. Lo que tenemos que hacer es repescar toda esa cantidad de tiempo, esfuerzo y entusiasmo hipervalioso que se nos va en la inmensidad del sistema que hemos montado y volcarlo en los niños. ¡Entusiamo! Sin profesores entusiasmados y padres entusiasmados ¿cómo esperamos que los niños lo estén?
Soy docente desde hace 25 años y he dado clases en prácticamente todos los niveles. Soy muy consciente, porque lo vivo desde dentro, de qué cosas necesitamos para acercarnos a esa escuela que todos queremos. Sé que a este post habrá reacciones de tipo: “lo que dices es utópico, no hay dinero para hacerlo, hay mucha gente que no quiere cambiar nada, es imposible cambiar la educación, todo está demasiado fosilizado, hay demasiados intereses, la educación ya está bien como está, hace falta que los niños estudien más, hace falta que los profesores trabajen más, etc. Lo de siempre”.
No diré que sea fácil, y muchas veces pienso que pasarán generaciones antes de que se vea un cambio profundo, pero también veo señales de que están pasando ya cosas muy positivas en este sentido, muchas de las cosas que he dicho ya ocurren en algunas escuelas y  no solo en otros países también en el nuestro, y el dinero para hacerlo no tiene porqué ser mucho más que el que ahora se invierte, aunque lo deseable es que fuese mucho más. Se trata de darle la vuelta a muchas cosas, cosas en las que se está gastando mucho dinero, que podría canalizarse en otro sentido. El cambio será lento, pero será, porque ya está siendo, y es imparable. Sobre todo el cambio pasa por un cambio de mentalidades y de voluntades.
Escuché una vez un estudio que decía que el miedo al cambio siempre es más grande que las ganas de cambio. La resistencia al cambio siempre es el escollo más difícil de superar. Que no sea el miedo pues lo que nos impida tener la escuela que queremos para nuestros hijos.